lunes, 6 de junio de 2011

LA IMPORTANCIA DE SER MADRE

La importancia de ser madre

Ser madre significa
Es aprender a hacer todo con una sola mano.
Es comer tanto puré de zapallo y zanahoria como una nunca comió en su vida. O despertarse sobresaltada el domingo de mañana, mirar el reloj e intentar levantarse a toda velocidad para llevar a los niños a la escuela, sin darse cuenta de que es un día feriado
Ser madre es dormir con un solo ojo hasta escuchar el sonido de la llave de la puerta que anuncia que el hijo adolescente está de vuelta en casa.
Y adjudicarse la porción de torta más desarmada y el huevo frito que peor salió.
Usar el buzo que la princesa de la casa desechó por pasado de moda.
Y reciclar el tapado de hace años para poder renovar las camperas de los pequeños.
Ser madre es aprender otra vez la regla de tres y la acentuación de las palabras graves.
Volver a armar rompecabezas y conocer de memoria a todos los héroes de los dibujitos.
Es planchar, freír milanesas y resolver cuentas de dividir, todo al mismo tiempo.
Ser madre es darse el gustazo de recibir el primer beso con babas que aprendió a dar el bebé. Correr junto a un hijo hasta quedar exhausta porque está aprendiendo a andar en bicicleta sin rueditas. Y reservar el placer de verlo dormir como un oso.
Ser madre es intentar tejer por primera vez para hacer una batita amarillo patito.
Y conocer a los hijos tanto hasta adivinar lo que piensan.
El deber de los hijos con los padres.


El deber de los hijos con los padres

Primer deber: Ver por ellos, asistirlos, ayudarlos 
Todos los deberes inician a la edad que se presenta el uso de la razón. Entonces desde muy chicos, debemos irles inculcando estos deberes, de acuerdo al desarrollo de su intelecto. Los niños deben ayudar siempre en lo que puedan a sus papas. Estar al pendiente de ellos, de lo que necesitan, para cooperar. Por ejemplo, incluir en sus oraciones a sus papas, pedirle a Dios por ellos.
Acercarle las pantuflas al papá o el cojín a mamá o a la abuela. Más adelante ayudarles con las bolsas del mandado, ayudarles a arreglar algo, acompañarlos cuando están solos, etc. Habría mil ejemplos para los jóvenes viviendo en casa, desde recogerles algo que se les cayó al suelo, hasta llevarlo a vivir a su casa, si esto fuera factible, cuando la madre o el padre se queden solos y viejos o enfermos o ambas cosas. Casi siempre es mejor estar con la familia que en un asilo, a menos que existan graves problemas para ello, de una o ambas partes. Y después, a mayor edad, aunque ya estemos casados o viejos, aunque tengamos nietos, aunque ellos estén ausentes por viajes o separación o muerte, aunque no los conociéramos, debemos estar al pendiente de ellos para asistirlos o ayudarlos lo más que podamos.


Segundo deber: Respetarlos siempre
Quizás no haya, en la SAGRADA ESCRITURA, un deber tan minuciosamente detallado como el del respeto de los hijos para sus padres. Solamente en el Eclesiástico existen 12 sentencias del deber de respetarlos y honrarlos. He aquí cuatro de ellas:
"No se salvan los hijos que no respetan a sus padres".
"Quien honra a su padre, vivirá largos años".
"Bendito es de Dios quien tributa a sus padres el honor debido".
"Es de Dios maldito e infame el que a sus padres desprecia".

En el antiguo testamento, se refiere la historia de Tobías. Este joven emprende un viaje por encargo de sus padres, acompañado de un forastero que en realidad era un ángel. La madre de Tobías, que lo extrañaba muchísimo, dijo este elogio de él: "¡Ay de mí, hijo mío! ¿Para qué te hemos enviado a lejanas tierras, si eres lumbrera de nuestros ojos, báculo de nuestra vejez y consuelo de nuestra vida?" Ojalá que nuestros padres tuvieran ese concepto de nosotros.

Tercer deber: la obediencia durante la etapa de formación dentro del hogar
El tercer deber de los hijos con los padres es el de obedecerles. Los hijos no solamente son procreados, por ello deben la asistencia a los padres no sólo son subordinados -por lo que deben respeto y veneración-sino que también son dependientes de esos padres y, por lo tanto, Dios les confirió la autoridad para poder educar y decidir sobre sus hijos, en tanto puedan valerse por sí mismos, por lo que es un deber de estos últimos, el de obedecer.

Ahora bien, los deberes de obediencia no pesan sobre los hijos siempre y en la mima forma. Así dice un conocido moralista7 sobre este asunto: "...el deber de obediencia se extingue con la patria potestad, o sea, al emanciparse el hijo por la mayor edad o al tomar estado". La razón es muy sencilla; ellos tienen que madurar y emanciparse. Estaría mal que siguieran siendo hijos dependientes toda su vida. Ellos tienen y deben seguir su vocación y para ello deben dejar sus hogares y formar los suyos, en donde Dios les dará sus hijos y así sucesivamente.

El hijo debe de ser obediente porque no nace formado ni maduro, ni biológica ni intelectual, ni moralmente. Sin embargo, este deber de obediencia, no sólo cesa con el tiempo, sino que no siempre se da con la misma intensidad. A medida que van madurando los hijos, por la labor de los padres, van progresivamente ganando la confianza de esos mismos padres. Así poco a poco la obediencia debe ser substituida por una actitud de gratitud y reconocimiento, de respeto y veneración, que debe originar: un deseo ferviente de cumplir su voluntad, de hacer lo que quieren los padres, pero que no obliga al hijo a obedecer, cuando ya está formado y ha salido del hogar. Este paso, de la obediencia absoluta a la no obediencia, no es abrupto, sino que se va dando paulatinamente.

Pero, me dirán ustedes -y con mucha razón- "esa es la teoría, en la práctica de la vida y en múltiples casos, es harto difícil señalar los límites de la autoridad de los padres y la obediencia de los hijos". Y así es, en efecto, harto difícil.

Pero no olvidemos otro concepto muy importante: cuando el hijo es ya mayor, ha terminado su formación y ya puede volar solo, pero, por alguna razón, sigue en el hogar, cesa la obediencia filial -como hijo dependiente ya que en potencia es ya independiente- pero se debe mantener la obediencia a los superiores, como lo son los jefes de familia. Es una obediencia de diferente especie, parecida a la de los trabajadores de una hacienda con su patrón. Porque en toda familia debe haber orden y cabeza y si el hijo ya maduro, participa de los bienes familiares, debe cumplir con sus deberes y las reglas de la casa; es lo justo. Ahora que, cuando el hijo deja el hogar -por que se casa o toma estado religioso o por su profesión- ahí termina también esta obediencia. Podríamos resumir, en cuanto al deber de obediencia hacia sus padres, que existen tres posibles estados de vida:
Los hijos menores, con un deber de obediencia filial que va disminuyendo en relación directa con el desarrollo físico, mental y espiritual del niño, hasta cesar la patria potestad.
Los hijos mayores que siguen en la casa paterna, con un deber de obediencia distinto al filial por la autoridad que tienen los jefes de familia en su hogar y por justicia, debido a su participación de
los bienes familiares.


¡Un buen hijo, un hijo que cumplió siempre con sus tres deberes para con sus padres, un hijo que los ha honrado siempre... o sea que los ha asistido, respetado y obedecido... un hijo perfecto!

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